“Más el padre, del pueblo de sus mil
hijos, despierta al artífice y simulador de figuras, a Morfeo… quien lleve a
cabo de la Taumántide lo revelado, el Sueño elige, y de nuevo en una blanda
languidez relajado depuso la cabeza y en el cobertor profundo la resguarda.”
Ovidio, Las metamorfosis xi.633–649.
Prólogo
Hace miles de años, existió en un remoto bosque un hombre cuyos
conocimientos sobrepasaban los límites del pensamiento humano. Vivía en una
cabaña, en la punta de una secuoya gigantesca, precedida por infinitos
escalones de madera; desiguales en su tamaño, posición y hasta constitución. Se
dice que muchas personas venían de tierras lejanas a la secuoya para saquear
los supuestos tesoros guardados por aquel hombre, pero nunca nadie terminó de
subir hasta la punta del monstruoso árbol. Algunos lo vieron caminar por el
prado con sus harapos viejos y sus zapatos gastados, con mirada taciturna y una
peculiar sonrisa bohemia. Dicen que sus cabellos vestían el blanco y su barba
se hincaba al piso en trémulo desorden. Su caminar era lento pero constante,
siempre fue una inquietud para todos saber cómo aquel venerable anciano
llegaría a su morada junto a las nubes. Afirman algunos, haberlo visto subiendo
y subiendo durante largas jornadas, hasta que se perdía ante sus limitados
ojos.
El
anciano aparecía aquí y allá, charlaba con unos, reía con otros y bromeaba con
todos. Nunca nadie le preguntó su edad, pero su delicado cuerpo aparentaba largos
años de deambular sobre este mundo. Algo siempre peculiar era que el cano
hombre abandonaba las tertulias minutos antes del anochecer, según él, era malo para su salud. Algunos entrometidos
lo seguían presurosos, pero siempre desaparecía entre los arboles con el
azulado brillo del ocaso. El misterioso hombre rondaba de boca en boca; en
los susurros de los cazadores y los chismes de sus señoras, en los cuentos de
los viejos y en las inimaginables historias que se inventaban los pequeños.
Se le
veía casi siempre en las mañanas a la orilla del río cetrino, llamado así por
la gran cantidad de algas que coloreaban sus aguas. Se sentaba en una gran roca
con las piernas cruzadas en posición de flor de loto, sacaba de su bolsillo una
gran pipa de caoba ornamentada con múltiples figurillas y símbolos extraños,
“lenguaje de elfos” solían decir los pequeños. Fumaba largas caladas y exhalaba
círculos concéntricos que se perdían en el aire con el silbido del viento.
Pasaba horas sentado ahí, en esa posición, repitiendo una y otra vez esta
acción, y rellenando la pipa nuevamente cuando el tabaco se hubiera quemado.
En las
tardes era impredecible. A veces iba al mercado a comprar enseres y chucherías,
nunca demasiado, nunca suficiente. También, se le veía en el largo prado norte,
que engullía al bosque y hacía las veces de falda de una pequeña montaña, en
donde crecían flores de todos los colores y olores, se tumbaba en medio de
ellas y con los ojos siempre abiertos disfrutaba del sol respirando
profusamente. Otras veces, afanado por el impulso social, asistía a pequeñas
trastiendas y se mezclaba en el juego de cartas de temporada, jamás bebía,
jamás apostaba, pero siempre sabía de antemano quien ganaría.
Del
mismo modo, cabía la posibilidad de que simplemente
desapareciera. Pasaban días, meses o hasta años en que se le dejaba de ver y se
le daba por muerto, solo para encontrarlo al otro día tendido en medio de
cientos de orquídeas.
Un día
muy particular, en el que resoplaba fuerte el viento y crujían las hojas de los
moribundos árboles, llegó el anciano con el cantar del gallo a la plaza del
pueblo. Se le veía extraordinariamente feliz, su cara brillaba con
determinación y sus ojos parecían fuego crepitante, deslumbrado ante todo lo
que miraba. Deambulo de aquí para allá durante algunas horas y terminaron sus
pasos dentro de una pequeña posada de mala muerte. Las personas comían todas
mezcladas en viejas mesas hechas para cuatro, generalmente con individuos ajenos a sus amistades, . El longevo personaje se sentó bruscamente en una silla y
saludo con un gesto cordial de la cabeza a sus tres acompañantes: Un cazador
rendido por su trabajo mañanero, una prostituta algo enferma y aun más ebria, y un
pequeño chiquillo de la calle, hambriento hasta los huesos. Los cuatro
esperaban con ansias ingerir alimento para calmar sus carestías.
Pasaron
un par de minutos hasta que el anciano rasgó el silencio aclarándose
vehementemente la garganta:
-Que
débiles se ven muchachos, parece que la vida les departe tortuosos destinos que
acaban con su espíritu- dijo, sonriendo y fijando la mirada brevemente en cada
uno.
-No es
de su incumbencia anciano, hacemos cosas que a su edad usted ya solo puede soñar- contestó malhumorada la prostituta. -¿Por qué no solo se limita a
tragar lo que le traigan y dejarnos vivir en paz? O, si quiere molestar,
molestese en curar mi resaca-
-Espera,
no deberías hablarle así-, Interrumpió el cazador, -¿No ves que este pobre
viejo solo quiere pasar sus últimas horas contándonos toda su vida en un
almuerzo?. Ande viejo, diga lo que tenga que decir, más vale sea entretenido e
interesante, tengo muchas cosas en que pensar.-
Sonriendo
cordialmente por la “amabilidad” del cazador prosiguió el anciano:
-No es una
coincidencia que nosotros cuatro nos encontremos hoy aquí y ahora. Sé muy bien
que es la primera vez que vienen a esta pocilga, así como también sé que fue lo
que soñaron antes de despertar-.
Dicho esto el cano hombre rebusco en sus
bolsillos con toda la paciencia de la que sus interlocutores carecían. Habiendo
encontrado lo que buscaba, se dibujó en su rostro una enorme sonrisa y reveló
una pequeña piedra azul. La piedra brillaba encantadora y sintieron todos en la
mesa paz y serenidad, amor y júbilo solo con verla.
-Así
es, sé que soñaron con esta piedra, sé que soñaron con una vida prospera y con
todo lo que alguna vez han deseado. Ese sueño para uno de ustedes es una
premonición, lamentablemente para los otros dos solo será una codiciada
fantasía.- Se hizo una prolongada pausa en la mesa, los tres individuos miraban
absortos por su brillo la piedra en la arrugada mano del anciano.
-¿Qué
debo hacer para que me dé la piedra?- Pregunto el chiquillo mientras se
limpiaba las lagañas con sus sucias manos.
-Es
muy sencillo- Contesto el anciano, -los estará esperando en la punta de la gran
secuoya que sobresale en el bosque, ahí encontraran una cabaña con una puerta blanca hecha de cuerno, y
dentro, la piedra sobre un aparador, si logran llegar a ella es suya. Ah, por cierto, no se
apuren en irse, ser el primero en empezar a subir no implica ser el primero en
llegar a la cima. Les recomiendo empezar a subir de noche, la oscuridad los guiará
paso a paso en el ascenso-. Dicho esto, guardó la piedra en su bolsillo e inhalo una prolongada bocanada de aire.
-Aguarda
un momento, ¿Por qué has venido a nosotros? ¿Qué nos hace merecedores de tu
supuesta piedra?- Increpó la prostituta.
-Bueno-,
dijo tranquilamente el anciano, -Cada diez mil años la piedra cambia de dueño,
y ella misma elige quien será su próximo portador. Las visiones que tuvieron
son reales, ya les dije, no es una coincidencia que estén aquí. Las almas
tortuosas con vidas llenas de sufrimiento y desesperación son las únicas
merecedoras del control de la piedra, el pasado determina su futuro. Pero
recuerden, ustedes ahora serán puestos a prueba, solo uno se quedará con la
piedra-
-Vaya,
vaya, eres un viejito muy interesante-, dijo la prostituta, y aprovechando los
dotes de una vida entre hombres deslizo rápidamente su mano acariciando el
muslo del anciano, empero, su mano se topó con nada más que un bolsillo vacío.
-No es
necesario que busques la piedra, y tampoco que intentes tentarme, no
conseguirás ni lo uno ni lo otro.
-¿Qué
me dice si sencillamente le corto el cuello con mi hacha? La afilé hoy en la
mañana- clamó avaro el cazador.
-No lo
harás, este no es el momento ni el lugar para que ustedes obtengan lo que ahora
tanto anhelan. Me tengo que ir-, dijo incorporándose, -Les deseo la mejor de
las suertes, la merecen-.
Habiéndose
marchado el anciano se quedaron los tres pasmados en la mesa. La comida no
demoro en llegar y prosiguieron a ingerir sus alimentos. El chiquillo engullo
su plato hábilmente y habiendo acabado habló: -Me gustaría pensar que lo que
dice es verdad, de todas maneras no tengo nada que perder. Les deseo lo mejor y
nos vemos en la cabaña-. Luego bajó de lo que para él era una enorme silla,
hizo un gesto cordial con la mano y se despidió diciendo –Tengo un par de cosas
por hacer, en cuanto termine y se ponga oscuro empezaré el ascenso, hasta
pronto-.
Quedaron
entonces solos el cazador y la prostituta, debatieron acerca del extraño
acontecimiento y, tras unas cervezas y con el estómago lleno, decidieron cada
uno que subirían la secuoya, sin embargo, la desconfianza de sus años de vida
los llevó a mentirse y decirse el uno al otro que el viejo era un loco y que no
había motivos para subir todos esos escalones. Se despidieron alegremente y
cada uno se marchó a prepararse para la caída de la noche.
El Cazador
Agobiado
por su infructuosa mañana, llevó el cazador a su casa unas cuantas manzanas y
mangos que había recolectado. Al abrir la puerta lo saludó la soledad y lo
abrazó la melancolía. Su pérdida era reciente y la herida todavía no había
sanado. Su amada lo había sido todo pero ahora solo viviría en sus recuerdos.
Se tumbó en la cama cuan largo era y cavilo pacientemente acerca de las
palabras del anciano: “-Cada diez mil años la piedra cambia de dueño, y ella
misma elige quien será su próximo portador… no es una coincidencia que estén
aquí. Las almas tortuosas con vidas llenas de sufrimiento y desesperación son
las únicas merecedoras del control de la piedra, el pasado determina su
futuro…-“. Era claro que no tenía nada que perder, misma razón para no apurarse,
así que decidió dormir hasta que cayera la noche.
Se
despertó un par de horas después cuando la ventana revelaba la proximidad de la
noche. El sol caía parcialmente tras la pequeña montaña norte y teñía la
habitación un brillo tenue que demarcaba ligeramente las siluetas de los
objetos. Se incorporó lentamente el cazador y llevo las manos a su rostro frotándolo
para aliviar el dolor de su espíritu.
Salió al pórtico del patio interior y junto a la tumba de su esposa
lloró desconsoladamente mientras rezaba plegarias a un dios que le prestara
oído en su padecimiento.
A eso
de una hora más tarde, cuando la luna ya brillaba altiva en el firmamento, tomó
su hacha y su cerbatana artesanal, unos cuantos dardos con la punta remojada en
sangre de rata y veneno de serpiente, se calzó sus gastadas botas de cuero y se
puso sobre sus ropas una capucha que lo protegería del frio. Tomó un par de
manzanas y mirando por última vez el lugar donde descansaba el cuerpo de su
conyugue salió por la puerta encaminado hacia la secuoya.
El
camino fue corto, o al menos así le pareció. El enorme árbol se alzaba
imponente ante él. Hasta donde llegaba su visión no empezaba la cabeza del
monstruo. Sin prisa buscó las escaleras y al hallarlas su desconcierto fue
monumental. Alguien había roto muchas de las primeras gradas imposibilitando la
subida hasta unos diez metros más arriba. –Malditos sean, esto debe ser obra del
chiquillo o de la prostituta.- Mientras pensaba, sacó de su bolsillo una
manzana y la mordió esperando inspirarse. No traía cuerda, ni mucho menos era
hábil escalador. Que predicamento le había impuesto su destino.
Justo
antes de dar media vuelta y volver a su casa, observo con detenimiento las
grandes raíces del árbol donde en algún momento debieron estar las escaleras. Diviso
una especie de manchas translucidas casi imperceptibles para el ojo humano. Brillaban
con una luz tenue de color azul dada por la mismísima luna. Siendo precavido e
incrédulo, se acercó y apoyo una de sus piernas en la primera mancha. Era sólida
como una roca. Decidió entonces subir el resto de su cuerpo. Todo parecía
marchar bien. Empezó el ascenso un paso a la vez y pronto estuvo en el primer
escalón de madera. Todo indicaba que la suerte empezaba a acompañarlo.
Habría
subido tal vez unas centenas de escalones y cuando acababa la segunda manzana
miró abajo para ver dónde tirarla. ¡No veía el piso! Aterrado, se aferró como
pudo a la secuoya. Abajo suyo solo veía nubes blancas cual algodones, flotando
de aquí para allá. No recordaba haber subido tanto. –No tengo nada que perder- Sin
meditarlo una vez más, dejo caer la manzana y no esperó escuchar su contacto
con el césped, miró arriba y continúo el ascenso.
Pasaron
un par de horas y otra manzana cuando hubo de parar su marcha. Las escaleras
continuaban infinitas hacia arriba rodeando la secuoya como una serpiente, pero
dentro del árbol se encontraba un gran agujero por el que penetraba la luz de
la brillante luna sobre una puerta de marfil artesanal. –Tal vez sea un buen sitio para descansar- Pensó. Caminó
dentro y poco a poco se vio consumido por la total oscuridad. Habiendo caminado
solo unos segundos dio media vuelta pero la luz de la entrada ya no brillaba,
ahora todo era penumbra. Decidió seguir su camino –No tengo nada que perder-.
Mientras
andaba empezó a escuchar un sonido contundente a lo lejos. Al principio no
sabía que era, pero paulatinamente el sonido se hacía más audible. –Golpes. No. Pasos- Efectivamente eran
pasos, se escuchaban lejos y muy suaves, luego cada vez más cerca y más severos.
Sonaba como si gigantescos seres corrieran detrás de él pero al voltearse, solo
oscuridad.
La curiosidad
y el temor empezaron a crecer cuando llego a su nariz un peculiar olor cada vez
más fuerte y penetrante. Al principio fue difícil de reconocer, le era familiar
pero no sabía exactamente por qué. Le recordaba algo en su propia esencia,
también le recordaba los largos días de trabajo y hasta el amor de su esposa.
¿Qué era ese olor? Gradualmente lo fue identificando hasta percibirlo a un nivel
nunca antes conseguido: Olía a sudor, a telas empolvadas, cuero y carne, -Son
personas- Pero también olía a acero y… - ¡Pólvora! -
Fue
entonces cuando el pánico se apoderó de él. Se sintió realmente perseguido y
sin escapatoria. A lo lejos divisó un pequeño rayo de luz y corrió presuroso
para huir de la oscuridad. Se sentía ligero y veloz, sus músculos parecían ser
increíblemente más fuertes y notó un extraño sabor a hierro en su boca. -¡Sangre!-
Cuando
hubo llegado a la luz se encontró en medio de miles de árboles y rocas, sus
pies se apoyaban desnudos sobre un largo césped verde y al mirarlos vio unas
cortas patas peludas con garras en vez de uñas. No lo podía creer. Se hubiera
quedado estupefacto mirándose pero un fuerte sonido rompió su concentración.
Sonó como si desgarraran el mundo y luego un silbido que hizo doler sus
oídos – ¡Ahí está!- gritaban a
lo lejos. Presuroso corrió entre los arboles con una velocidad inimaginable. Su
corazón bombeaba sangre con estremecedoras palpitaciones y escuchaba claramente
cada uno de los pasos de sus perseguidores.
En poco tiempo estaba fuera de su
alcance y decidió refugiarse en medio de unas piedras que hacían las veces de una
pequeña cueva o escondrijo. De
nuevo solo… Recordó entonces a su amada y sintió como su alma se rompía
nuevamente en mil pedazos. Reconocía el lugar y, aun peor, el momento. Su
estómago sonaba estruendoso y se movía provocándole incomodidad. Llego a su
nariz un olor tan familiar, olía otra vez a carne y tela, pero también, llegaba
a él un aroma a jazmín. Esperó pacientemente a su presa mientras su parte
humana derramaba lágrimas y profería lamentos infinitos. Pronto estuvo a su
alcance, la veía desde la oscuridad. Una hermosa mujer con un largo cabello
castaño, una lozana piel tostada y unos ojos color miel: Deiforme y deleitante
figura para bestia y persona. Sin poder controlar sus impulsos abandonó su
escondite y se abalanzo sobre ella saciando su alma y haciéndola suya por
última vez. Regreso satisfecho pero roto a la oscuridad de la cueva, cerró los
ojos y descansó como no lo había hecho en toda su vida.
Cuando
despertó se encontraba de nuevo en medio de la voraz oscuridad. A lo lejos se
veía un tenue brillo azulado. Cancinamente dirigió sus pasos hacia el lugar –No
tengo nada que perder… ya lo he perdido todo-
La Prostituta
Con
lerdos pasos se encaminó hacia el burdel en el que trabajaba. Esperaba no tener
que atender clientes pues solo quería descansar, pero sabía que con el verano
no solamente las cosechas y los bolsillos con monedas crecían en los hombres.
-Malditos sean todos; padres, hermanos, esposos, hijos, abuelos, altos,
pequeños, blancos, negros, indios, con y sin pelo. Malditos sean- murmuraba al
son de su cadente caminar. Lo único que la reconfortaba era la posibilidad de
tener que atender a su cliente preferido. Hacia un par de años lo había
encontrado sentado en una cómoda silla de madera con una prostituta rubia sobre
sus piernas, bebía un tarro de cerveza de malta que le combinaba con sus
penetrantes ojos negros, su cabello era largo y ondulado, sus labios finos y su
sonrisa admirablemente blanca. Ese día tuvo que hacer el papel de tercera, pero
encontró en su cliente un amante ideal, y el en ella una experta en las
cuestiones de lujuria.
Pensando
en aquel y otros tantos días llegó a su trabajo un tanto excitada. Al entrar
por la puerta la recibió su “dueño” -Cámbiate esas ropas, date un baño y perfúmate,
tenemos un cliente que busca algo de tu perfil, te espera en tu cuarto en diez
minutos- dijo con autoridad. Sin recabar y esperando encontrar a su fogoso
cliente hizo como le ordenaron, pero al abrir la puerta se topó con un anciano
de prominente barriga y morbosa mirada. Asqueada cumplió con su trabajo que al
principio se hizo difícil y luego se convirtió en un grotesco jadear de menos
de cinco minutos. Después, el viejo la acarició mientras ella, con su cuerpo desnudo y cubierto por lo que él había dejado, miraba
por la ventana del segundo piso el radiante sol. Para sus adentros soñaba porque cambiara la inclinación de la estrella hasta esconderse tras la montaña,
entonces partiría en busca de otro viejo. El pensamiento la hizo sonreír, y
aprovechando el instante, de buena actitud se despidió del barrigón con un beso
en la mejilla.
Con el
lento movimiento del sol pasaron otros dos clientes, ninguno lo suficientemente
bueno o entregado para que ella sintiera placer, más bien le provocaban náuseas
y repulsión. Sin poder aguantarlo un segundo más, acudió a su proxeneta para
decirle que no se sentía bien del estómago y que iba al mercado por unas
cuantas especias para preparar un té especial. Obtuvo su permiso, subió a su
cuarto y en una empolvada bolsa guardó dos piezas de pan y una cantimplora con agua suficiente para la noche. Salió por la puerta delantera y en cuanto el prostíbulo
la perdió de vista corrió hacia el bosque. -No lo aguanto más, no soportaré la caída
del sol- Se dijo a si misma mientras los arboles a lo lejos se hacían cada vez
más grandes.
No fue
difícil encontrar la secuoya puesto que solamente debía alzar la vista para
verla entre los árboles, imponente y descomunal con su extenso tronco. Llego a
ella animada y pensando en que jamás tendría que volver a ver a esos
repugnantes seres a los que les brindaba sus servicios. Encontró rápidamente los
escalones de madera, pero antes de empezar el ascenso pensó: -Se lo estoy
haciendo demasiado fácil a la competencia-, por eso buscó y buscó hasta
encontrar un roncante leñador que descansaba con los ojos cerrados y una amplia
sonrisa. A su lado había una afilada hacha y con la mayor delicadeza posible la
tomó “prestada” para llevar a cabo su plan. Se subió al segundo escalón y desde
ahí golpeo repetidamente el primero hasta dejarlo hecho trizas. Luego hizo lo
mismo con el segundo desde el tercero y así repetidamente hasta haber dañado al
menos dos docenas de escaleras.
Decidió
subir con el hacha en la mano -Solo por si acaso- pensó. Tras pasar un par de
horas de ascenso con su arma se sintió extremadamente agotada, y entonces se
sentó para comer la primera pieza de pan mientras miraba desde lo alto. El sol
se estaba escondiendo tras la montaña al norte del pueblo, y bañaba una luz
anaranjada todo lo que su vista lograba mostrarle. Era realmente hermoso, los
millones de flores de la falda de la montaña, los frondosos arboles del bosque,
la gigantesca casa de gobierno, las tabernas, posadas y cabañas; parecían cantar
con una melodiosa sinfonía de colores, radiantes, vivos, era casi mágico. Su
corazón se llenó de rebosante alegría que pronto se convirtió en tristeza. Había
sido su vida una constante decepción, era ella, según su propia opinión (Y la
de os que la rodearon en el pasado), una inútil buena para nada, que nunca
lograría algo más que conseguir un esposo con algo de dinero para mantenerla junto
a sus hijos. Hacia años había abandonado la familia a cambio de su “destino”,
la vida en las calles y entre los mendigos le pareció demasiado ardua, y al
probar un poco del rico manjar del dinero decidió irse por el camino fácil.
Las lágrimas
se precipitaron por sus mejillas y cayeron en la hoja del hacha que reposaba en
sus piernas. Miró el afilado objeto y vio en el su reflejo. Su cabello
despeinado, su cara pegachenta por la saliva de su ultimo compañero, sus rojos
labios hinchados por las mordidas y una cicatriz debajo de su pómulo izquierdo.
Recordó como su padre furioso con ella y su inoportuno actuar se la había
provocado minutos antes de realizar a voluntad su éxodo familiar, siempre sería
para ella la marca de una despedida silenciosa y de un pasado que nunca pudo
olvidar. Sintió el desgarrarse de su corazón, dio un trago amargo e irrumpió en
desconsolado llanto. Poco a poco los sollozos se convirtieron en un
parsimonioso respirar, embotó su pensamiento la frugal oscuridad y la envolvió
un sueño profundo.
Despertó
cuando el sol empezaba a salir, se encontraba en medio de las raíces de la secuoya,
su alma respiraba paz y tranquilidad, inhalo fuerte el aire de la mañana, se
incorporó y recogió el hacha que había hecho las veces de consorte en su dormir.
La devolvió al lugar exacto donde la había encontrado y se dirigió nuevamente
al pueblo, su vida tenía mucho por componer.
El Chiquillo
Con el
flamante sol sobre sus hombros, los zapatos recién remendados y el estómago
lleno, corrió el chiquillo con sus cortos pazos hacia la pensión en la que se
alojaba. Sabía que el casero se iba a enojar cuando lo viera, tenía que
encargarse de la limpieza de la cocina junto a otro par de infelices, pero,
además, darle las monedas que había robado en la mañana, el problema era que no
consiguió sino un par para pagar su almuerzo ayudado de ruegos con ojos
llorosos y su cara de muerto de hambre.
Mientras
corría observó la casa de gobierno, se diferenciaba del resto de construcciones
por sus 3 pisos de cedro finamente moldeado, múltiples ventanales en los dos
primeros pisos y un pequeño campanario en el tercero para convocar a las
reuniones de los pensadores del pueblo. Posaban agresivos dos leones de madera
a lado y lado de la entrada, mostrando los filosos dientes y con las patas arqueadas
listos para atacar, fieros y temerarios, severos como la ley misma. El techo
estaba compuesto por tejas de ladrillo acomodadas de manera cónica y en la
punta descansaba una enorme lechuza con plumas marrones y grises, con su pico apuntando coincidencialmente
hacia la secuoya gigante. -Tengo que apurarme o se enojará aún más- Pensó, y
agilizó sus pasos rumbo a lo que llamaba casa.
En el
día logró escabullirse del casero por algunas cuantas horas, pero luego, mientras
botaba unos desechos en el zaguán escuchó su sonora voz:
-
¿Dónde te habías metido? - le preguntó inexorable el enorme señor.
-Estuve
en el centro, el día estuvo muy flojo, solo pude sacarle un par de monedas a
una señora, pero no encontré nada más, la gente ya no sale a andar, el sol está
muy fuerte- Contestó el chiquillo con la mirada baja y subiendo cada vez más la
voz, como si eso le diera fuerza a su argumento.
-
¿Estás diciéndome que no tienes mi dinero? ¿Sabes cuál es la regla? Si no me das
dinero no puedes dormir aquí…- El silencio se apoderó de la escena, el
chiquillo no tenía respuesta. - ¡Responde! - grito el gigante mientras con el
revés de su mano derecha propinó una fuerte cachetada al pequeño.
-Me
fue imposible, de verdad no había personas, además había muchos guardias-
Suplico el pequeño con un zumbido entre sus oídos y el calor del golpe en sobre
su pómulo que protegía ahora con ambas manos.
-Espérame
aquí mismo, voy por el fierro al establo, lo que necesitas son unos buenos azotes.
Si te mueves un solo centímetro será mejor que no vuelvas o te dejaré
desfigurado de por vida-
Abandonado
tras esta fuerte amenaza miro apocado el chiquillo el cielo a lo lejos. Las
nubes estaban escondiendo lo que quedaba de sol, y con la ayuda de la gran
montaña relumbraba tenue luz en el zaguán. Comprendió su decisión con solo
pensarla y arrancó a correr de nuevo hacia la gran secuoya.
Se
detuvo jadeante un par de minutos para beber un poco de agua en el rio cetrino.
La luz de la luna y el encanto de la noche hacían brillar las algas con un
color tan intenso que embotaban los millones de pensamientos que recorrían la
cabeza del pequeño desde haber encontrado al anciano. Su imaginación volaba con
danzantes ideas que cabriolaban alegres de aquí para allá y terminaron por
agotarlo
-Solamente cerrare los ojos dos minutos- Pensó, y se acomodó lo mejor
que pudo sobre una gran roca que sus ojos tomaron por lecho.
Al
abrir los ojos nuevamente pudo ver sobre el la enorme y brillante luna
acompañada por un millar de brillantes estrellas -Oh no, debe ser tarde ahora-
exclamó para sus adentros, se lavó la cara con un poco de agua fresca del rio y
encaminó paso veloz hacia la secuoya. Al llegar se encontró con astillas de
madera en vez de escalones, pero trepando por las raíces logró llegar a la
primera escalera y desde ahí su ascenso se hizo sencillo y monótono. Pasaron
las horas y lo cubrieron las nubes blancas acompañadas de un ligero aire que
llenaba de fuerza y valentía su corazón. Cada paso que daba lo hacía sentirse
más seguro de sus acciones y más feliz por su extraordinaria suerte, no
importaba si conseguía o no la piedra, solo quería seguir subiendo esos
escalones, apartado de todos y de todo, respirando profusa y lánguidamente, y
con cada bocanada, un fervor que lo llenaba de energía e ímpetu.
Habiendo
pasado las nubes cambió a su alrededor el panorama. El cielo era negro como una
gran mancha, como el vacío mismo, empero, bañado con un rojizo brillo y reconfortante
calor. A diferencia de lo que vio cuando estaba junto al rio, esta vez la luna
y las estrellas estaban tan cerca que casi podía tocarlas. La luna estaba llena
de huecos que hacían las veces de pequeñas cuevas o escondrijos, al menos así
lo entendía el, y las estrellas brillaban rojas con enormes llamas de fuego que
se consumían unas a otras abrazadas en finos y delicados movimientos. Aunque
las escaleras seguían subiendo, una rama del gigantesco árbol se dirigía directamente
a la luna. La inquietud e impertinente curiosidad del chiquillo lo obligó a
desviarse de su camino y andar directamente hacia lo que ahora parecía un pequeño
astro.
La
rama lo llevo hasta su destino, y una vez allí llamó su atención una pequeña
cueva que brillaba con una tenue luz azulada. Caminó paciente como no lo había
sido nunca y llegó hasta una delicada puerta de marfil que abrió con cautela.
-Buenas noches- Saludó.
Epílogo
El
anciano se encontraba sentado en una humilde y cómoda silla que bien podía tener
su misma edad, a su derecha un aparador empolvado con el increíble tesoro azul,
pequeño, brillante, exiguo y al mismo tiempo imponente. A su izquierda, unos
inexpresables ojos amarillos, un pico filoso, unas plumas marrones y grisáceas
formaban una figurilla de unos treinta centímetros, posada en una larga vara de
roble, que ululaba por lo bajo y movía su cabeza estrepitosamente en pausadas reacciones
de curiosidad.
- ¿Vaya
sueño eh?... Lo has logrado, he aquí el tesoro que buscabas, aunque no estoy
seguro que todavía lo quieras tomar – Dijo el viejo con una sonrisa de oreja a
oreja.
-Lamento
mi pesimo uso de las normas de presentación, esta que está a mi izquierda es mi
querida hermana, actualmente la llaman Athene
Noctua pero yo la conozco con el
nombre de Fobetor, es muy agradable
una vez que llegas a conocerla- Siguió mientras acariciaba las plumas en su cabeza.
-Ahora
mismo nos encontramos dentro de otro de mis hermanos, agradezco profundamente a
él la ayuda que me brindó para traerte a mis brazos, su nombre es Fantaso, es muy tranquilo, debes ser muy
paciente para entenderlo- En ese momento crujieron las ramas bajo ellos con un
sonido calmo y paulatino.
-No sé
qué pensar, la confusión es dueña de mis pensamientos- expresó el interlocutor
del anciano.
-Lo
sé- Respondió sin premura el viejo. -Déjame explicarte. Como bien sabrás, mi
nombre es Morfeo, soy hijo del sueño
y la noche, soy el soberano de los Oniros,
líder entre mis hermanos y encargado de todos ustedes los mortales, soy el
protector de la oscuridad, el arrullo en el viento y el frio en la noche,
amante de la luna y padre de las constelaciones, la pesadez en los parpados, la
dicha del lecho y la puerta a la verosímil irrealidad del durmiente-.
-Si
eres quien dices, ¿Por qué me has mandado llamar a través de mis sueños? ¿Por
qué pusiste en mi camino azares angustiosos? ¿Qué solicitas de mi presencia? Y,
¿Por qué me prometes aquella piedra de inmenso poder? A mí, a un simple mortal-
-Es
parte de un pacto, te he hablado con la verdad, cada diez mil años la piedra
cambia de dueño. Igual que los mortales, los dioses también tenemos padres, a
ellos nuestro deber y responsabilidades, no obstante, a ellos nuestro destino e
inmortalidad- afirmó con severidad el viejo hombre. -El universo somos los
dioses y los hombres, nosotros manejamos el tiempo, el espacio, los elementos y
los eventos que en ellos ocurren, aquello que ustedes llaman Arché… Somos parte
de un principio fundamental, que ocurre con y en todos, somos una única rueda
que gira y gira a través de cada movimiento que le damos- Hizo una pausa para tomar
algo de aire cerrando los ojos e inhalando profundo. -Existir y vivir es
simplemente un ciclo, algo de lo que hacemos parte pero no comprendemos. Dentro
de diez mil años tendrás que avergonzar a tu padre y sus pregones, develando
verdades como esta a seres humanos que en ese momento habiten los verdes
parajes bajo nosotros.
- ¿Qué
parte del ciclo o que movimiento da al existir el dueño de la piedra? –
Preguntó un tanto asustado el interlocutor.
-Ya
conoces la respuesta a esa pregunta. He de decirte que temer no solo es de
humanos, el poder y las responsabilidades crean miedo, el corazón de los dioses
es tan palpitante como el de cualquier mortal, es nuestra voluntad la que define
la máxima de nuestra existencia, la razón de ser de cada pensamiento, de cada
acción, de cada respirar. No estaría en tus sueños de no ser porque eres la
persona indicada para tomar mi lugar-
El
silencio se apoderó entonces de la cabaña, pasaron un par de minutos sin que
siquiera el viento hiciera sonido alguno. Luego el interlocutor del anciano
caminó con paso firme hacia el aparador y tomó la piedra apoyándola con
convicción total sobre su pecho. El anciano se irguió, estiro el brazo y la
lechuza dio un pequeño brinco hacia él, luego camino con su sonrisa habitual hacia
la puerta de cuerno blanca y se despidió con un leve movimiento de la mano.
…
Hace
cientos de miles de años, existió en un remoto bosque una extraña mujer que
sembraba muchas dudas en todos los habitantes de un pequeño pueblo contiguo a
los frondosos árboles que lo rodeaban. Dicen que vivía dentro de un joven Guacarí,
un pequeño árbol indomable que movía sus ramas de un lado a otro con la melodía
del silbido del viento. Dicen que lo había sembrado ella misma y lo apodaba el
chiquillo. Las personas venían desde lugares lejanos para intentar saquear los
supuestos tesoros que allí guardaba la mujer, pero nunca nadie encontró algo
más que una pequeña “cueva” inhabitada.
Iba de
un lado a otro y se paseaba por el bosque junto a un audaz lobo cazador que la
acompañaba fiero a dos pasos de distancia suyo, listo para el ataque y siempre
atento de las pequeñas presas del bosque. Los pocos que hablaron con ella dicen
que le gustaba mucho aprender de todo y le prestaba mucha atención a cada uno de los
pequeños detalles. Poseía singular interés en los hombres de ojos oscuros y cabello ondulado, sin embargo, no entablaba larga conversación con ninguno, acostumbraba a decir algo como “me tengo que ir ahora” y desaparecía antes de la caída
del sol…