domingo, 14 de febrero de 2016

Un día de colegio

Esta historia está basada en vivencias completamente reales.

Hace ya algún tiempo me encontraba yo con todos mis compañeros de clase de mi Colegio. Como era costumbre, nos habían llevado a una de las grandes haciendas pertenecientes a la comunidad Jesuita de la que muy orgulloso me siento en la actualidad. Nuestro grupo se conformaba de más o menos unos treinta chicos y chicas, en una edad entre 15 y 17 años, además de profesores y aquellos otros a los que llamábamos jesuitas (Algo así como pastores en formación encargados de nosotros, su rebaño). No recordaba bien donde estábamos ni como habíamos llegado, sin embargo, estábamos divirtiéndonos a lo grande. La mayoría jugábamos futbol, en un gran pastizal poco cuidado con larga hierba. Era más o menos eso de las 5:30 o 6 de la tarde puesto que el sol se empezaba ya a poner tras las pequeñas montañas de la capital del Valle. Había sido un día muy tranquilo, algo taciturno, con pocos rayos de sol y  grandes nubes que amenazaron con lluvia, sin embargo, no hubo precipitación alguna.

Sabíamos que al ponerse el sol debíamos volver a la residencia donde nos hospedábamos, eso suponía dejar de divertirnos con la pelota, cosa que no tardaría en ocurrir. No obstante, aplacados por la ley de Murphy, en uno de los tiros al arco el balón salió del campo y fue a parar a una swinglea mucho más atrás de la portería. Unos compañeros entraron a buscar el balón y al encontrarlo lo devolvieron con una patada tan fuerte que lo enviaron a un riachuelo pequeño que bordeaba la hacienda.

Siendo yo tan negativo como de costumbre, y viendo la luz del día escaparse gradualmente, preferí conversar con unos amigos en vez de interesarme por el balón y por el poco tiempo de juego que nos debía quedar. No recuerdo bien que tema generó la agradable tertulia, pero no fue sino hasta que casi todos mis compañeros, con curiosas miradas, se dirigieron todos al mismo punto, que me di cuenta de lo que estaba ocurriendo.
En el riachuelo habían encontrado una gran caja de color verde oscuro, no sé cómo la habían sacado de ahí pues en verdad era bastante grande, diría yo que un metro de alto por metro y medio de ancho. La cerradura de la caja había sido vencida por las fisgonas manos de mis compañeros, y ahora todos curioseaban el contenido de la extraña arca.

Siguiendo el instinto grupal, me dirigí entonces al lugar donde se reunían todos y saqué de la caja un librillo de pasta dura, bastante antiguo. Ojee sus páginas y para mi sorpresa el librillo estaba lleno de historias terroríficas acerca de personas que de una u otra forma habían intentado realizar cualquier contacto con el tan temido satanás. Leí un par historias y luego mi atención volvió al sitio de donde había obtenido el librillo. En esta caja había muchísimas fotos, textos, archivos, folios; Toda clase de documentos antiguos que acreditaban la evidencia de cientos y cientos de casos como los del mi libro, casos de personas cuya creencia religiosa se basaba en la idolatría de aquel al que llaman lucifer o luzbel, o el demonio o como lo quieran llamar. Agarre la mayor cantidad de documentos posibles, pensando que podría generar un ingreso económico cuantioso  debido a la escasez misma de la información en general.

Estaba yo en esto cuando de repente vi, que dos mujeres cuya edad rondaría los 30 años se encontraban al pie del cofre, con una pequeña nevera blanca que habían sacado del mismo. La nevera tenía un candado y las mujeres intentaban abrirlo cortando el metal. Ellas estaban vestidas de blanco y azul, con unas ropas que me recordaban la vestimenta en los hospitales, para mí, eran dos enfermeras. Tomé todo lo que había reunido y me coloque justo al lado de las dos mujeres. Cuando por fin pudieron romper el candado, me apresure a mirar el contenido de la nevera. Al igual que en el resto de la caja verde, había información acerca de un “ritual satánico”. En este caso específico, toda la caja estaba llena de información acerca de una historia en particular.

Era la historia de una pareja, muy devota al “diablo”. Realizaron todo tipo de rituales y en uno en concreto cortaron sus rostros de arriba abajo con los restos de un espejo roto, uno frente al otro dentro de una cueva con una pequeña fogata de por medio y mirándose fijamente mientras realizaban la trastornada acción. Al parecer, el demonio los debía curar debido a su devoción, sin embargo, el único rostro que el ángel caído curó fue el de la mujer. El hombre permaneció con una serie de asquerosas cortadas a lo largo y ancho de su rostro, quedó desfigurado con cicatrices y marcas terribles durante el resto de su vida. En la nevera, aparte de documentos que narraban a detalle la historia, había una gran foto de la pareja con una niña pequeña justo en medio de los dos, supuse que sería su hija. En esta foto pude observar lo que previamente había imaginado, una cara espantosamente magullada y maltratada. 

Siguiendo mi impulso de curiosidad, decidí seguir buscando cosas en la nevera. Me topé con un recipiente de cristal rodeado de mucho hielo y velozmente lo saque para observar su contenido. Para mi sorpresa, me encontré lo más perturbador que he visto en toda mi vida. Era la cabeza del hombre de la foto, estaba ahí, en mis manos, con los ojos cerrados, pero todavía completa, con cada una de sus nauseabundas heridas y cicatrices. Muy arrepentido entregué el recipiente a las “enfermeras”, y como ya se había puesto el sol, me dirigí a la casa donde habría de pasar la noche.

De camino encontré a un amigo, y le conté con detalle todo lo que había ocurrido, no podía sacar de mi mente la imagen de esa repulsiva cabeza, no tanto por lo perturbador de su misma imagen, sino además por su historia y su contexto, sentía que la cabeza viviría ahora conmigo cada vez que cerrara los ojos.


Estaba en esto cuando de repente percibí algo tocándome el brazo, era algo suave y aforme. Entonces me sentí  extraño, como si estuviera en ese lugar pero a la vez no, como si volara y todo diera vueltas. Empecé a tener sensaciones extrañas, indescriptibles como de otra realidad paralela. Poco a poco esta realidad se apodero de mí pensar, y justo cuando tomó control total, me desperté en mi cama en mi pequeño estudio en Madrid. Esta vez tenía 24 años, sabía que debía prepararme para ir al trabajo y que ahora estaba viviendo la realidad. Me incorpore lentamente y mire a mí alrededor extasiado, con una alegría indescriptible debido a que todo había sido un sueño, el sueño más perturbador de mi vida, no obstante solo un sueño. Sin embargo, permaneció en mí, y todavía lo hace, la imagen de ese rostro, ese repulsivo rostro. Sé que me acompañara desde hoy hasta el final de mis días, de vez en cuando, cada vez que cierre mis ojos.

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